Si aquella tarde hubiéramos compartido esas risas, y nuestros recuerdos tuvieran la fragancia de la piña almizclada, quizás, sólo quizás, hubiéramos escapado de la rutina que nos encierra como cobayas en un experimento del que no saben qué consecuencias tendrán con ellas mismas, atemorizadas porque ellas no eligieron ese camino. Si de verdad fuéramos como siempre quisimos ser, esas princesitas con un gran vestido y muy poco cerebro que siempre son tan felices, no dudaríamos en sonreír para agradar. Pero como las dos somos más conscientes que alocadas cada mala decisión nos duele, porque obrar mal para nosotras es vergonzoso. Nosotras no quisimos ser tan responsables porque sabemos que la responsabilidad significa seguir un horario, decir que si a todo, no alzar la voz, comportarse bien… ¡nosotras somos jóvenes! Queremos reír y correr por los prados, salir de fiesta, hacer amigos, conocer el amor de cerca, saborear el dolor punzante del desamor y vivir, vivir experiencias propias de la ignorancia. Pero como no soy así, soy yo misma y a pesar de todo soy feliz de poder razonar como un adulto.
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